sábado, 28 de abril de 2012

¿Ha perdido la filosofía el contacto con la gente?

           Es muy significativa la aportación que Quine hace en este artículo con el estudio del status de la filosofía en la actualidad. El objetivo que persigue es la de conocer si la filosofía ha perdido contacto con la gente o, lo que es lo mismo, con la realidad.
Para tal cometido, hace un breve recorrido histórico a través de las “lumbreras”, como él llama a los grandes filósofos antiguos y modernos, para mostrar ellos, además de ser filósofos fueron científicos que buscaban una concepción organizada de la realidad. De ahí que lo que hoy en día llamamos filosofía tenga en gran parte esos mismos intereses. Por tanto, en la actualidad la filosofía no debe dejar de lado las ciencias particulares (o especiales), es más, debe dejarse ayudar de sus logros para alcanzar una mayor profundización especulativa.
Quine es consciente de que la filosofía ha sufrido un consenso vacilante respecto a competencia profesional en comparación a las ciencias “duras” que han avanzado mucho en el conocimiento de sus objetos de estudio. Este es uno de los motivos por las cuales la filosofía ha perdido su prestigio. Pero está claro que Quine está hablando de filosofía científica, de una filosofía que esté en contacto de un modo directo con la realidad. Para ilustrar esto traemos a colación la feliz frase de Quine: “el estudiante que se dedique a la filosofía por consuelo espiritual se equivoca, ya que lo que lo mueve no es la curiosidad intelectual”.
Por eso, ahora nos preguntamos ¿hay alguna diferencia entre los ámbitos de filosofía y de los otros saberes? En primer lugar, para los demás ámbitos del saber, como lo dice el mismo término, lo único que hace falta es “saber”, tener “conocimientos”. Esto no basta para el ámbito filosófico, acá es menester “amar” la sabiduría. Por tanto, la filosofía no es propiamente sabiduría sino a amor a ella.
No debemos, por tanto, encasillar o reducir la noción de “filosofía” a una palabra de cinco sílabas con semántica cambiante y frívola. La filosofía es mucho más que una palabra de nueve letras formando un nombre. La filosofía es ante todo, como decíamos antes, amor a la sabiduría.
Si los antiguos griegos vivieran hoy, probablemente se llevarían las manos a la cabeza diciendo: ¡¿le llaman “metafísica” o “filosofía” a una asignatura de una facultad?! Quizá les causaría tanto asombro como el que les producía la realidad. La filosofía para los griegos no era solamente un saber teórico sino que era un modo de vivir; hasta el punto que los griegos al ver a Aristóteles o a Platón decían ahí viene el filósofo. En la actualidad echamos de menos la coherencia entre el pensar y el vivir. 

Debemos (nosotros como estudiantes de filosofía) ser capaces de mostrar la dimensión filosófica de todo, abrir esa dimensión inherente a la ralidad misma: como se mezcla la sal en toda la comida porque es ella la que le da sabor. La realidad sin filosofía se vuelve insípida.

miércoles, 11 de abril de 2012

J. L. Austin : Análisis y Verdad

En casi todos los matrimonios que he asistido en los años de mi ministerio, no han faltado las lágrimas y la emoción que acompaña el pronunciar las palabras del consentimiento de los cónyuges, con voz temblorosa: “Yo, NN, te recibo a ti, NN, como esposo(a) y me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida…”
Y esta emoción no es pura casualidad o show, sino que denota que estas no son simples palabras; sino que hacen algo (en este caso una promesa para toda la vida). Vemos entonces que las nociones lingüísticas no se limitan a ser verdaderas o falsas.
Este es a mí parecer el aporte más importante de J. L. Austin: que no limita su estudio a los enunciados constatativos (los que utilizamos para describir determinadas cosas) sino que incluye los enunciados performativos (en los que no se constata o describe nada sino que se realiza un acto). El limitarse a los enunciados constatativos o el suponer que la única relevancia de un enunciado es describir algún estado de cosas o enunciar algún hecho; es lo que conlleva cometer lo que Austin denomina la "falacia descriptiva". Por eso, lo que pretende es aminorar la disociación de lenguaje y mundo y no obstinarse en que sólo mantienen interés teórico los enunciados descriptivos.
Austin llama enunciado performativo al que no se limita a describir un hecho sino que, por el mismo hecho de ser expresado, realiza el hecho. Cuando alguien expresa un enunciado, como el del ejemplo del consentimiento matrimonial, del tipo "yo prometo", éste no puede evaluarse en términos de verdad o falsedad. Este rasgo es lo que distingue a un enunciado performativo de una aseveración descriptiva. En efecto, no se trata de evaluar la sinceridad del locutor, puesto que eso excede los límites del análisis lingüístico. El hecho de prometer se realiza en el instante mismo en el que se emite el enunciado; no se describe un hecho, sino que se realiza la acción.
Por lo anterior, el análisis expuesto por Austin en “How to do things with words” en torno a la distinción entre emisiones constatativas y performativas, tiene como objetivo, la dilucidación de la noción de enunciado, sobre la que ha gravitado la falacia descriptiva: “decir” algo no es siempre “enunciar” algo. Al contrario, el análisis de las oraciones performativas muestra el error que entraña la absolutización del modelo enunciativo, pues las emisiones performativas del tipo "prometo que…" no son descripciones de ciertos actos, no dicen algo, sino que hacen algo (una promesa), y por consiguiente no pueden ser verdaderas o falsas
El objetivo de Austin al distinguir entre lo constatativo y lo realizativo o performativo, es superar el supuesto de que el único fin de las emisiones lingüísticas es la de constatar hechos y la creencia de que todas las palabras son nombres y por tanto, creer que son representativas de algo o lo designan en la forma en que lo hace un nombre propio.
El meollo del problema es entonces precisar cuándo un enunciado es verdadero, esto es, analizar bajo qué condiciones semánticas se puede decir correctamente que un enunciado es verdadero. Esto, como ya hemos visto, no debemos limitarlo a la correspondencia a los hechos, ya que puede ser desorientador dada la diversidad de sentidos en que la correspondencia puede ser interpretada.
De aquí que Austin sitúe la cuestión de la verdad desdoblándola en dos diversas vertientes: la precisión del lenguaje y el ajuste del habla a las situaciones particulares. Así que la verdad para Austin no es sólo problema del ajuste del habla -como pareciera decir Strawson- sino también de la propia precisión del lenguaje.
En casos como éstos, Austin afirma que es inútil insistir en decidir en términos simples si el enunciado es verdadero o falso, por ejemplo ¿es verdadero o falso que Antonio es calvo? Hay diversos grados y dimensiones de éxito al hacer enunciados: los enunciados se ajustan a los hechos siempre más o menos laxamente, de diferentes formas en diferentes ocasiones, para diferentes intenciones y propósitos.
Por ello, la solución del problema de la verdad no debe ser buscada en una simple distinción de verdadero y falso, ni en la distinción entre los enunciados y el resto de los actos de habla, puesto que enunciar sólo es uno entre los numerosos actos lingüísticos. Por eso, el mérito de Austin radica, a mi juicio, en replantear el problema de la verdad en su dimensión lingüística, entendiendo ésta no como la dilucidación del significado de la palabra "verdad", sino como análisis del lenguaje veritativo en la total situación de habla. Así se supera la concepción trillada de que la verdad se limita a un asunto de la relación entre palabras y mundo; es necesario enraizar tal cuestión en una teoría general del lenguaje.

Pragmatismo y Relativismo

Me parece muy acertada la defensa del pluralismo epistemológico que hace en este artículo el prof. Nubiola, frente al escepticismo relativista y el pragmatismo vulgar. Ciertamente es posible una vía intermedia que defienda un falibilismo sin escepticismo y un pluralismo cooperativo.
Por ejemplo las ciencias, aunque con titubeos y errores por ser actividades humanas, ayudan al progreso del hombre y a la comprensión del mundo. Aunque el falibilismo sea una característica del conocimiento humano, esto no implica que se deba renunciar a la verdad, el pragmatista no renuncia a la verdad, sabe que el conocimiento al ser una actividad humana siempre puede ser corregido, mejorado y aumentado.
Por esto, el rechazo de la búsqueda de la verdad de Rorty (por considerarlo un sueño dogmático cientista), es contrario a la tradición pragmatista. De ahí la calificación al pragmatismo de Rorty como “pragmatismo vulgar”, por considerar que las ciencias no presentan verdades objetivas sobre el mundo. Y es que por el hecho de que se tengan opiniones diferentes sobre una materia no puede inferirse que no haya verdad alguna sobre dicha materia. Esto me hace recordar el conocido cuento de los 3 ciegos y el elefante:
Tres hombres ciegos de nacimiento, discutían sobre los elefantes. Llegando a la conclusión de que poco sabían sobre el tema, resolvieron acercarse a un elefante para investigar, y luego reunirse a compartir sus observaciones, por lo que pidieron a otras personas que los acercaran a algún elefante.
El primero de los ciegos quedó al lado de la pata de un elefante; el segundo, cerca de la trompa; y el tercero, en la parte de atrás. Y los tres se dedicaron a estudiar su elefante con los sentidos de que disponían.
Una vez que los tres llegaron a su propia conclusión, se volvieron a reunir para compartir sus experiencias:
-El elefante es como una gran columna rugosa, maciza, inamovible, que nace del suelo y se eleva, -dijo el primero de los ciegos.
-¡De ninguna manera! -le interrumpió el segundo- De cierto y por mis observaciones puedo decir que el elefante es un tubo flexible que en uno de sus extremos es húmedo.
-¡No discutan! -dijo el tercero- Sin lugar a dudas el elefante es una masa gigantesca y rugosa, sostenida sobre dos columnas que se mueven, y que en la parte superior tiene una soga que se mueve como un látigo".
Bueno, ellos discutieron y discutieron sobre lo qué era un elefante, y debido a que no se escuchaban y aprendían uno a otro, nunca encontraron la verdad. Vemos que el conocer una parte o un aspecto parcial de las cosas, es insuficiente para explicarlo todo, quedando este conocimiento siempre abierto a nuevas formulaciones.
El pluralismo estriba no sólo en afirmar que hay diversas maneras de pensar acerca de las cosas, sino además en sostener que mediante el contraste con la experiencia y el diálogo racional los seres humanos somos capaces de reconocer la superioridad de un parecer sobre otro. Por eso nuestros conocimientos deben ser corregidos y mejorados conforme vayamos ampliando nuestro saber.
A mi parecer este es el error del relativista: el creer que no hay verdad, sino sólo diálogo; que sólo hay diversidad de perspectivas radicalmente inconmensurables. Con esta postura no sólo se contradice asimismo, sino que a la vez, niega la capacidad de perfeccionamiento real y de progreso humano. Por su parte, el pragmatismo pluralista sostiene que la búsqueda de la verdad es enriquecedora, porque la verdad es perfeccionamiento. Y sostiene también que no hay un único camino de acceso privilegiado a la verdad, hay variadas vías por donde conducirnos a ella.

Sobre el Prólogo del "Tractatus Logico-Philosophicus"

          Una de las frases del prólogo del Tractatus Logico-Philosophicus, que a mi juicio es por demás significativa y que resume el resto es “de lo que no se puede hablar hay que callar”, y se vuelve a repetir en la última proposición de esta obra. Así, Wittgenstein traza el límite en el lenguaje, y afirma que lo que reside más allá de ese límite será absurdo.
A la vez, me resulta curioso que el mismo Wittgenstein afirmara que su propio libro no era válido, que sólo debía usarse como una escalera con la cual se podía llegar a ciertos conocimientos y, una vez sabidos, había que tirarla.
Ahora bien, estos conocimientos sólo se saben obviamente cuando se ha subido la escalera. Sabemos de sobra que los resultados de un viaje nunca se conocen sino hasta que lo hemos terminado. Esto implica llegar a la cima, desde la cual el mundo se ve correctamente. Una vez allí, ya no tiene sentido bajar, entonces, la escalera que nos sirvió para subir, deja de ser útil y la podemos arrojar.
Esta claridad y amplitud de panorama que nos proporciona la cúspide de la escalera la afirma Wittgenstein en el prólogo del Tractatus que “lo que siquiera puede ser dicho, puede ser dicho claramente”. De ahí que lo que puede ser pensado, puede ser expresado con claridad; y la claridad del lenguaje para Wittgenstein depende de la forma lógica que conecta una proposición y el hecho figurado.
De ahí que para Wittgenstein, el lenguaje ético, religioso o metafísico carezca de sentido, porque, si bien usa constantemente semejanzas, y a pesar de que todo símil representa un hecho, no es posible describir ese algo representado, por la sencilla razón de que no describe ningún hecho. Afirma entonces que toda proposición que no figure un estado de cosas posibles, no tiene sentido.
¿No tiene sentido entonces hablar de ética, ni de filosofía ni de Dios? Si la respuesta de Wittgenstein es afirmativa entonces las propias proposiciones del Tractatus no tienen sentido alguno, puesto que no reúne estos criterios exigidos en el mismo Tractatus para que una proposición tenga sentido o significado. Por eso, en su defensa argumenta que, al igual que las proposiciones filosóficas no dicen nada acerca del mundo, sí clarifican cuando se las llega a comprender.
Esto resulta paradójicamente interesante, puesto que Wittgenstein tuvo que hablar sobre cosas sin sentido (sin referente fáctico, que no figuraban hecho alguno) para mostrar ejemplarmente que de lo que no se puede hablar hay que guardar silencio. Por ello, las proposiciones del Tractatus como él mismo dice, solo sirven para aquel que las ha recorrido y las reconoce como absurdas, a pesar de su función esclarecedora.
Wittgenstein busca evidenciar que entre lenguaje y el mundo existe una conexión isomórfica; pues la función principal del lenguaje es figurar al mundo. Los elementos de las proposiciones y los elementos de la realidad se tienen que relacionar entre sí. Por tanto, la verdad o falsedad de una proposición consiste en el acuerdo o desacuerdo de su sentido con la realidad. Por ejemplo, para determinar la verdad o falsedad de la proposición: “el elefante es rosado”, lo debo contrastar con la realidad.
De ahí que Wittgenstein, hable de proposiciones significativas cuando éstas se pueden comprobar, cuando describen el estado de cosas, es decir, un hecho lógicamente posible; y son proposiciones sin sentido o no significativas cuando éstas no representan la realidad, es decir, cuando entre la figura y lo figurado no hay similitud estructural. De ello se desprende que tanto el lenguaje como el mundo, guardan entre sí, un mismo armazón lógico (como lo es por ejemplo, una maqueta).
Así, el armazón lógico, la forma lógica y el espacio lógico, hacen que el lenguaje represente al mundo. Por esta relación isomórfica entre el lenguaje y la realidad, dice que los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Esto significa que la cosmovisión, el conocimiento y la representación que yo tenga del mundo, estará en la medida en que yo pueda representarlo por medio de las proposiciones. Así, la representación de “mi mundo” dependerá del nivel de “mi lenguaje”. Consecuentemente entonces, a medida que enriquezca mi lenguaje, podré ampliar mi representación del mundo.
Así nos lo demuestra la experiencia: desarrollamos el pensamiento, cultivamos la pregunta, para llegar a respuestas que a su vez nos ayudan y permiten preguntar mejor, para aprender en el proceso. La escalera no es tan importante, es sólo un camino, siempre podemos seguir subiendo.

Vaguedad

En el quehacer filosófico, han sido varios los intentos de resolver los problemas o debates propios de la filosofía a partir de la forma en que aparecen en el lenguaje, es a lo que desde el siglo pasado se le ha llamado “giro lingüístico” de la filosofía.
Bertrand Russell, cuyo estudio me ocupa en esta ocasión, afirma esta conexión: que los problemas filosóficos están conectados con el simbolismo. De ahí que el pensamiento será filosófico cuando se atribuya al mundo las propiedades del lenguaje.
Ahora bien, Russell, lejos de plantear esta postura como una “panacea” filosófica, lo que afirma es todo lo contrario: su convicción de que el estudio de los principios del símbolo no produce ningún resultado positivo en la metafísica. Para tal cometido se propone probar que todo lenguaje es vago (por tanto, propicio a falacias).
El problema radica en tomar las propiedades de las palabras por las propiedades de las cosas (relación entre una representación y aquello que ésta representa; no se debe confundir el conocimiento con lo que es conocido). Entonces, la vaguedad es propia de un hecho cognoscitivo, no del hecho en sí.
Este argumento Russell lo demuestra con variados ejemplos, como las palabras “rojo”, “metro”, “segundo”, etc. en los que muestra la vaguedad de las palabras. La precisión o exactitud es la relación biunívoca entre lo representativo y lo representado (por ejemplo, los mapas, fotografías, etc.), no como la vaguedad que es la relación multívoca. Justamente es ésta la razón que da Russell para sostener que todo lenguaje es vago: que el significado es una relación multívoca.
Esto me hace recordar la conocida anécdota de Pedro cuando por la mañana invitó a comer algo a su amigo José que era ciego. Después de sentarse a la mesa y que el camarero les hubiera preguntado que iban a tomar, Pedro le dice a José: - ¿quieres leche? José (ciego) le responde: -¿qué es “leche”? Dice Pedro, luego de pensar la respuesta por unos segundos: -es un líquido blanco. José, que dado su ceguera no conocía los colores, le pregunta: ¿qué es “blanco”? Pedro le responde: -blanco es el color de los cisnes. José le pregunta: ¿qué es un “cisne”? Pedro le responde: -es un pato de cuello curvo. Pregunta José: ¿qué es “curvo”? Como la mesa en la que estaban era redonda, Pedro le toma la mano a José para que palpe el borde de la mesa, y le dice: -esto es curvo. Entonces José exclama: -¡ya sé lo que es la leche!
Ciertamente las palabras quizá no denoten con exactitud el objeto o hecho al que se refieren, pero esto no significa que por ello carezcan de sentido. La palabra “rojo”, por seguir el mismo ejemplo de Russell, la entiende mi interlocutor a pesar de la vaguedad que posea dadas sus ilimitadas tonalidades en la realidad. Y es que si se toma la vaguedad del lenguaje de manera extremadamente estricta, sería imposible que las palabras refirieran a la realidad, en otras palabras, el lenguaje carecería de sentido. Como en la anécdota anterior, a pesar de lo vagas que resultaban las palabras para Luis, estas hacían referían a cosas u objetos de la realidad.
Es más, a pesar de esta vaguedad apuntada por Russell, él mismo afirma que esto no implica que el conocimiento vago sea falso ¡al contrario! una creencia vaga goza de más probabilidad de ser verdadera que una precisa o exacta, ya que existe más hechos posibles que la verificarían.
Por esto, personalmente creo que, la vaguedad de nuestro conocimiento simplemente es ese margen que cabe de conocer cada vez más y mejor la realidad que nos circunda.