miércoles, 11 de abril de 2012

J. L. Austin : Análisis y Verdad

En casi todos los matrimonios que he asistido en los años de mi ministerio, no han faltado las lágrimas y la emoción que acompaña el pronunciar las palabras del consentimiento de los cónyuges, con voz temblorosa: “Yo, NN, te recibo a ti, NN, como esposo(a) y me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida…”
Y esta emoción no es pura casualidad o show, sino que denota que estas no son simples palabras; sino que hacen algo (en este caso una promesa para toda la vida). Vemos entonces que las nociones lingüísticas no se limitan a ser verdaderas o falsas.
Este es a mí parecer el aporte más importante de J. L. Austin: que no limita su estudio a los enunciados constatativos (los que utilizamos para describir determinadas cosas) sino que incluye los enunciados performativos (en los que no se constata o describe nada sino que se realiza un acto). El limitarse a los enunciados constatativos o el suponer que la única relevancia de un enunciado es describir algún estado de cosas o enunciar algún hecho; es lo que conlleva cometer lo que Austin denomina la "falacia descriptiva". Por eso, lo que pretende es aminorar la disociación de lenguaje y mundo y no obstinarse en que sólo mantienen interés teórico los enunciados descriptivos.
Austin llama enunciado performativo al que no se limita a describir un hecho sino que, por el mismo hecho de ser expresado, realiza el hecho. Cuando alguien expresa un enunciado, como el del ejemplo del consentimiento matrimonial, del tipo "yo prometo", éste no puede evaluarse en términos de verdad o falsedad. Este rasgo es lo que distingue a un enunciado performativo de una aseveración descriptiva. En efecto, no se trata de evaluar la sinceridad del locutor, puesto que eso excede los límites del análisis lingüístico. El hecho de prometer se realiza en el instante mismo en el que se emite el enunciado; no se describe un hecho, sino que se realiza la acción.
Por lo anterior, el análisis expuesto por Austin en “How to do things with words” en torno a la distinción entre emisiones constatativas y performativas, tiene como objetivo, la dilucidación de la noción de enunciado, sobre la que ha gravitado la falacia descriptiva: “decir” algo no es siempre “enunciar” algo. Al contrario, el análisis de las oraciones performativas muestra el error que entraña la absolutización del modelo enunciativo, pues las emisiones performativas del tipo "prometo que…" no son descripciones de ciertos actos, no dicen algo, sino que hacen algo (una promesa), y por consiguiente no pueden ser verdaderas o falsas
El objetivo de Austin al distinguir entre lo constatativo y lo realizativo o performativo, es superar el supuesto de que el único fin de las emisiones lingüísticas es la de constatar hechos y la creencia de que todas las palabras son nombres y por tanto, creer que son representativas de algo o lo designan en la forma en que lo hace un nombre propio.
El meollo del problema es entonces precisar cuándo un enunciado es verdadero, esto es, analizar bajo qué condiciones semánticas se puede decir correctamente que un enunciado es verdadero. Esto, como ya hemos visto, no debemos limitarlo a la correspondencia a los hechos, ya que puede ser desorientador dada la diversidad de sentidos en que la correspondencia puede ser interpretada.
De aquí que Austin sitúe la cuestión de la verdad desdoblándola en dos diversas vertientes: la precisión del lenguaje y el ajuste del habla a las situaciones particulares. Así que la verdad para Austin no es sólo problema del ajuste del habla -como pareciera decir Strawson- sino también de la propia precisión del lenguaje.
En casos como éstos, Austin afirma que es inútil insistir en decidir en términos simples si el enunciado es verdadero o falso, por ejemplo ¿es verdadero o falso que Antonio es calvo? Hay diversos grados y dimensiones de éxito al hacer enunciados: los enunciados se ajustan a los hechos siempre más o menos laxamente, de diferentes formas en diferentes ocasiones, para diferentes intenciones y propósitos.
Por ello, la solución del problema de la verdad no debe ser buscada en una simple distinción de verdadero y falso, ni en la distinción entre los enunciados y el resto de los actos de habla, puesto que enunciar sólo es uno entre los numerosos actos lingüísticos. Por eso, el mérito de Austin radica, a mi juicio, en replantear el problema de la verdad en su dimensión lingüística, entendiendo ésta no como la dilucidación del significado de la palabra "verdad", sino como análisis del lenguaje veritativo en la total situación de habla. Así se supera la concepción trillada de que la verdad se limita a un asunto de la relación entre palabras y mundo; es necesario enraizar tal cuestión en una teoría general del lenguaje.

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